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El riesgo de una Europa sin jóvenes

((Text only available in Spanish))

Rafael Puyol, Director del Observatorio de Demografía y Diversidad Generacional del IE, impartió el seminario titulado ‘Riesgo de un futuro sin jóvenes’, organizado por el Centro de Estudios Europeos del IE y moderado por su Directora Marie-José Garot, el jueves 15 de febrero.

Rafael Puyol puso énfasis en las cifras: hoy hay 25 millones de jóvenes menos en Europa que en décadas anteriores y se prevé que caerá en una proporción semejante en los próximos años. Es más, sin inmigración, la población europea disminuiría a la mitad en 45 años.

En 1961 se produjeron 7,5 millones de nacimientos en Europa, mientras que en 2015 solo llegaron al mundo 5 millones de niños. Puyol alerta: ya no se regenerará Europa. Porque para ello cada mujer en edad de procrear tendría que engendrar 2,1 hijos, cosa que a todas luces no sucederá en ningún país europeo, a excepción de Irlanda y Francia. Los datos más inquietantes son los mediterráneos: Grecia, Italia, España y Portugal presentan las cifras más bajas.

Pero esta tónica no es propia solo del viejo continente -nunca mejor dicho- sino que es una tendencia generalizada a escala global: el número de nacimientos ha disminuido en todo el mundo, aunque en diferentes proporciones. Si en África antes se tenían de media 5 hijos por mujer, ahora no pasan de tres.

Pero la falta de nacimientos no es la única causa de tengamos una población envejecida (que se entiende como tal a partir de que el 10% de los habitantes tenga más de 65 años). A esto se suma que hay menos mujeres en edad de procrear (en 2009 había 494.997 y en 2016, 408.384) y que los hijos se tienen a una edad cada vez más avanzada, aunque este no siempre es un condicionante para tener menos descendencia.

 

¿Cómo salir de esta situación?

No resulta fácil. Al haber menos mujeres en edad de procrear, cada  una de las que están en este rango de edad deberían de tener más hijos para compensar, pero la realidad es que la fecundidad está en 1,5 hijos por mujer.

Además, la propensión es que estos hijos darán lugar a una nueva generación aún más escasa. Cuando se pronostica que los hijos van a vivir mejor que sus padres, entonces se tienen más hijos (es el caso del Baby Boom). Sin embargo, en situación de crisis o de guerra, se tienen menos hijos. Hoy los hijos se tienen en función de los sueldos; el trabajo es un factor fundamental para procrear.

Actualmente, el 19% de la población europea tiene más de 65 años. En España, el 25%. La consecuencia de tener menos hijos es el aumento de la población adulta y mayor. El envejecimiento colectivo es difícilmente reversible y aumentar la inmigración solo serviría como paliativo.

El envejecimiento se retroalimenta porque crece más y más (entre los 60 y 80 años) y cada vez hay más nonagenarios y centenarios y supercentenarios (que son quienes viven más allá de los 100 años). A decir verdad hay más nonagenarias, centenarias y supercentenarias porque hay más mujeres que hombres a partir de los 65 años a pesar de que siempre nacen más niños que niñas.

Un dato curioso: ya han nacido quienes tendrán una esperanza media de vida de 100 años. Por lo que se batirán pronto y con facilidad los récords de longevidad logrados hasta el momento. Hoy por hoy, el envejecimiento ya es un rejuvenecimiento debido a las condiciones en la que viven los viejos. Como apunta Roberto Poh, ahora somos jóvenes más años; es la ‘rejuvenescencia’.

 

Repercusiones económicas y sociales

Entre 2015 y 2030, en Europa, se reducirán 30 millones las personas con entre 20 y 40 años, de los cuales 4 millones de efectivos serán de España.

Una de las soluciones es inyectar más mujeres, más inmigrantes y más trabajadores senior al mercado laboral, señala Rafael Puyol.

El desequilibrio entre población activa y dependiente se deteriorará con el aumento del número de pensionistas, el aumento de la tasa de dependencia y con un menor ratio cotizante-pensionista. Parece evidente que con esta demografía el reparto de pensiones se hace insostenible.

 

Desmintiendo creencias sobre la inmigración

En Europa hay menos inmigración de la que se quiere hacer creer: de 510 millones de habitantes que hay en la Unión Europea, solo 54 de ellos son inmigrantes, es decir que representan el 10%. Y de este 10%, la mitad proceden de otro país europeo.

La inmigración contribuye económicamente, favorece la natalidad aliviando un poco el envejecimiento en un primer momento -ya que la que viene es población activa- y produce más de lo que consume, también en sanidad y educación.

Apunta Puyol que hay que ser prudentes con los sentimientos anti-inmigración que dan lugar a la proliferación de partidos políticos que se basan en cifras que ni siquiera son reales. El rechazo a la inmigración en Europa es creciente, especialmente contra la población musulmana. Según una encuesta de noviembre de 2016 realizada en diferentes países europeos, existe la creencia de que la inmigración es muy superior a la real. En Francia, por ejemplo, la tendencia es creer que la inmigración representa el 30% de la población cuando realmente supone un 7%. En España creemos que es del 14% pero es del 2%. Lo mismo sucede en Alemania, Italia, Suecia, etc.

Actualmente, la población inmigrante en Europa es del 4% y todo apunta a que crecerá unos 10 millones en 2040.

Aunque a corto plazo la inmigración sí favorece el rejuvenecimiento de la demografía europea, Puyol considera que esta no debe tomarse como la única solución, puesto que los países emisores de migración van a traer cada vez a menos personas dado que su población también será menor, como es el caso de América Latina, y que la segunda generación de inmigrantes se adapta a la tasa natalidad que prevalece en el país de recepción, es decir menos de dos hijos por persona en este continente.

La solución para la demografía en Europa pasa por la elaboración de políticas de ayuda familiar, que contribuyan a mejorar la situación. No solo medidas monetarias, sino también de conciliación, de ayuda al cuidado de los niños, facilitar el acceso de la vivienda… Las substanciales medidas llevadas a cabo en Suecia y Francia no han hecho aumentar visiblemente la natalidad pero sí han favorecido a que no disminuya.

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