Invierno demográfico

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La expresión suele utilizarse para definir un estado de empobrecimiento poblacional debido a la combinación de bajas tasas de natalidad, una mortalidad creciente y un envejecimiento intenso. La frase pretende generalizar para todo el año y para todos los años lo que ocurre en los meses invernales considerados como negativos para el crecimiento. En efecto, el invierno es cicatero con los nacimientos y pródigo con las defunciones. Los meses de diciembre, enero y febrero concentran el menor número de los alumbramientos del año y el volumen más alto de muertes.

En contraposición, junio, julio y agosto son los más generosos con la natalidad y el otoño (septiembre, octubre, noviembre) la época con menos difuntos. En todo el invierno, pero especialmente en enero, el mes con más óbitos del año, hace más frío que intensifica los efectos de las enfermedades cardiovasculares, aumenta el riesgo de la gripe y de algunas afecciones bacterianas (neumonía) y agrava las dolencias crónicas. Además, en nuestras latitudes (las de España) aguantamos peor el frío que en países más habituados como los nórdicos y hay provincias del Sur (Málaga o Sevilla) que tienen más fallecidos en invierno que en el norte porque las casas están peor adaptadas para enfrentar los rigores de la estación.

Así pues, ser mayor, tener una enfermedad crónica, y no estar preparado para el frío ofrecen las mayores posibilidades para morir en invierno. Pero además de estas causas físicas, se manejan otros argumentos de naturaleza psíquica. Las navidades, una época en la que se intensifican las relaciones familiares, constituyen el horizonte vital para muchas personas muy mayores o muy enfermas. Algunas fallecen durante los días navideños, en plena explosión emocional, pero otras, quizás más fuertes, prolongan su vida hasta que, cumplidas sus ilusiones, ven reducidos los alicientes para seguir viviendo. Así pues, no cabe la menor duda de que tenemos un invierno demográfico estacional poco propicio para el crecimiento que da nombre al otro, al permanente, que resulta más preocupante. El primero lo compensan otras estaciones del año, pero el segundo exige medidas para que no acabe con nosotros.

 

Artículo de Rafael Puyol, Director del Observatorio de Demografía y Diversidad del IE, publicado en el periódico ABC el 5 de marzo de 2018.

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